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Eric Villalobos

De: Contemplación de las sombras (Inédito)

I

A consecuencia de la noche mi desnudez me interna en la meditación veo con firmeza mi cuerpo reposado hago memoria y acierto en algo una impresión intacta ahora sujetada al borde del desvelo.

La soledad golpea mi trapecio pinta contundentemente mis talones con barniz negro un cuerpo -el mío- determina mi asombro frente al espejo destrozo mi ventana junto a la ausencia del televisor.

La modelo se ha marchado.

Apago la radio Tomo un taxi.

Esos dos cadáveres junto a la alacena frente al espejo seguirán rezando por mi.

V

Llevo conmigo la espalda que utilizaron otros es decir la inútil experiencia de vivir acostumbrado a que llueva únicamente sobre cierta parte de mi cuerpo es posible que por ello amanezca sin aliento y en avanzadas horas del día recuerde que viví algunas experiencias volátiles tan fuertes como una nube.

En algún lugar sé que se equivocaron y destruyeron algún importante sueño quizá por ello se inventaron los destinos el dar un premio consuelo a la ceguera.

Rápidamente mastico tabaco es preferible que permanezca en mi boca inconsciente analizo la situación detengo unos minutos mi voz interna y sé que luego menospreciaré la vida para dedicarme a fastidiar la languidez de los giros que da la fantasía seré un vándalo caminaré y llegaré muy lejos hasta donde nadie pueda llegar quizá de esta forma de alguna manera encuentre algún motivo para apagar la luz antes del mediodía.

VI

De ti, de la cáscara girando violentamente sobre la alfombra de aquella casa que abandonaste apenas el viento arrasó las ventanas quedan niños plateados muy pequeños con sonrisas oscuras y la sustancia.

La agria madera de sus venas hace llover los cuadros de peces ancianos y atardeceres en el distrito de Lince.

Quince segundos me bastan para distraer la melancolía sujetándola de la mano llevándola al hondo vacío donde luces fugaces entre centenares de antorchas se convirtieron en ventiscas frías implacables girando sobre las enormes sombras de un callejón en el Cuzco.

Llego compro los pasajes adelanto mi voz para sonreír y el bus de mi destino sólo tiene un único pasajero.

Dios, ha dibujado en las paredes su nombre y una fecha que no podrá olvidar.

XIV

No supe colgar jamás una pregunta al infinito origen del mundo desde entonces, bostezo para no gritar. Cerrando sus ojos lo vi luchando con su cuerpo, evitando el escape de su vida, lo veo morderse los dientes una y otra vez apretando su alma con la furia melancólica que acostumbra la vejez. Calle abajo tengo un niño muerto en la maleza temo no llegue a ser jamás lo que soñó en vida. Comienzo a creer que nadie volverá a besarle la frente por ello quizá

oculto mi intento de hablar cuando miro fijamente los vidrios del auto

y la lluvia que me recuerda su olor siento acomodar mi mano en dirección hacia lo que fue su despedida una vez cerca de las flores

asesiné a una de ellas para darle vida a los abrazos las cenas

los peldaños

nuestras fotos -las que ve todo el mundo para olvidar rápidamente-. Hace frío le digo y callo un largo rato

luego me dice que el cielo de la noche es una sonrisa que nos ayuda

a abrir las ventanas cuando no hay sol ¿Si nos reímos con él?

le pregunto

y cierra los ojos mientra se sujeta de mis manos. Espérame a caminar de noche y de no ser posible dibújame en tu ventana para que así definitivamente el sol me dé por siempre.

XXII

Entre los índigo me saluda el silencio quebrantando la paz del escarpado de piedras como sombras paralelas salidas de una caja de tulipanes me deleito viendo su semen lumínico reflejando el sol luego aparece esta mosca nihilista en mi pensamiento y recuerdo que el amanecer nos abandonará una vez más saltando de puntillas para no mojarse con la lluvia de este humilde enero.

Más tarde, en el silencio ruego me otorguen el permiso para el eterno absoluto ¡Aún no! me dicen, y espero el diagnóstico.

Era en éste escape de quiméricos alquimistas, donde solían gritarme al oído: “ésta no es una clínica mental”

hermano -balbuceo- ¿Por qué estamos bajo el mar?

XXIX

Tengo una lágrima que se hunde en la arena junto a mis botas mi respiración no parece sentir a los camellos ésta noche y a veces -sólo a veces- los conceptos lacónicos que salpican en mi rostro como garúa incineran mis domingos por la tarde.

Una frase -quizá dos- vengo repitiendo en mi mente una y otra vez esperando a que una verde luz acabe con el lamentable amarillo de los semáforos éstas ganas de arrodillarme en los balcones a esculpir tu cuerpo va decayendo como Agosto que no se asoma ya al viejo saco

que llenó de hojas secas al pie de mi ventana -por el contrario- continúa colgado en el armario como un letárgico océano de gaviotas tan sensibles como una enorme sombra que con el tiempo habrá de generarse en el lado izquierdo del vino. -y es entonces que uno añora trepar la ausencia-

¿Acaso es tu voz en el aire la que asesinan los niños cuando te ves descalza?

Un martes próximo a la lluvia mi sonrisa se apagará como un barco de cristal que -por última vez- recorrerá los pisos

antes de caer en el abismo de una temprana ducha.

Eric Villalobos

(Lima, Perú - 1983)

Reportero Gráfico, Fotógrafo y Escritor de Poesía. Formó parte del desaparecido círculo literario MANTO GRIS. Publicó diversos fanzines y plaquetas, presentándose en todas las latitudes de la ciudad capital, siendo ésta una forma de amedrentar la realidad y dar paso a un mundo de vandálicos sueños graficados por la palabra. Actualmente alista la publicación de su primer poemario "Contemplación de las sombras".

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